Exijo un abrazo
Por Alex Mariscal
Fotos de Eduard Serra
En un espacio casi grotowskiano, es decir, vacío de decorados, a excepción de dos sillas en oposición diagonal, se presentaron este martes 12 de octubre en el Teatro Nacional las piezas Gizaky y Underneath. La función doble se dio a partir de las 8:00 p. m., en el marco de la edición número 10 de PRISMA-Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá.
La idea coreográfica de ambos dúos, esto es, la resonancia que subyace en la articulación de movimientos de las secuencias, definitivamente desarma los hilos de la ausencia. En el primer número, el bailarín, interpretado por Akira Yoshida, desde la primera frase intenta asir o abrazarla a "ella". No obstante, "ella", interpretada por Lali Ayguadé, se desliza en giros y desaparece en la dimensión vacía y límbica del escenario. ¿Es una casa vacía, desolada, o un cuadrilátero? ¿Es todo y nada?
Ambos números son coreografías de Lali, interpretadas por ella. El primero, compuesto junto con el propio Yoshida. En el segundo, Underneath, hace dúo con Lisard Tranis. Aquí, Lali “nos enseña la vida del cuerpo humano que pasa de la juventud a su vejez”. El movimiento de ambas obras se desmadeja en deliciosos giros, rebotes, y deslizamientos con los que magistralmente los ejecutantes entran al piso. En lo personal, me trasmitió la idea de buscarse: un buscarse a sí mismos y dudar si el otro está. Una demencial variación de: "te abrazo, no estoy, tú estás, yo te abrazo, te acaricio apenas, ¿estoy solo?, ¿quién soy?, ¿qué hora es?, yo repito, salto y reboto, y vuelvo a intentarlo porque se me acaba el tiempo y estoy... (¿estamos?)".
La iluminación de Conchita Pons, de tonalidades frías, y la música de Tholoc, Ribbot, Wissem y Marín, de notas agudas sobre un bajo continuo, en analogía con los cuerpos en la escena, crean distancia. En efecto, parecía que los sonidos también huían a extremos diagonales opuestos en el diapasón o en el teclado. Esta idea de distancia, de frialdad de la atmósfera, la angustia de los ejecutantes, parece cónsona con las notas de programa: “Gizaki trata sobre el desamparo de estar en soledad, la ausencia de compañía y el naufragio del alma en su encuentro con la soledad”.
En definitiva, la integración de la tensión de los cuerpos encarnados en una intensa teatralidad, las oposiciones de los giros, el staccato del break dance y la suspensión de la danza moderna, lo liberador del clown, todo ello, trasmite agresivas unidades sensoriales que aterrizan la humanidad del conflicto de los personajes.
Ambos números terminan con un individuo solo, insistiendo instintivamente en el encuentro. Pero, ¿cuál? De todas formas, uno se identifica con el ejecutante y extrañamente aplaude. El público aplaude lo trágico y triste de la ficción construida por Lali Ayguadé y Akira Yoshida en tiempos de pandemia; porque los ejecutantes son excelentes, una especie de magos del movimiento. Ellos logran cortar el cuerpo en retazos, pero luego abren la caja del escenario de esa casa vacía, de ese tiempo desolador, y el cuerpo aparece sin heridas, sin suturas. ¡Bravo!
¿Somos miembros de la misma especie?
Por Guille Montiel
I
La primera pieza presentada por la compañía española invitada Lali Ayguadé en el Teatro Nacional de Panamá la noche del 12 de octubre, durante la décima edición de PRISMA-Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, nos interpela sobre las interrelaciones de un individuo con otro. El espacio reducido y la pulsión de necesaria coexistencia jugarán un rol importante en la interacción no solo de los movimientos, sino de los efectos que produce la presencia de la propia ausencia.
El dinamismo dentro del proceso coreográfico marca un punto de inflexión donde cabe cualquier tipo de pregunta existencial y nos sirve de espejo para cuestionarnos nuestra propia "coreografía humana". ¿Será que nuestros hábitos son los pasos de baile de la gran danza de la sociedad, abstracción de un mundo paralelo en el que, empujados por generaciones, repetimos -sin pensar, y sin intuir- nuestra propia individualidad?
Esos mismos pasos etéreos, en juego con la epilepsia coordinada de los dos cuerpos, crean una imagen de cansancio solo sostenido por un par de sillas, dentro de un cuadrilátero imaginario como límite fronterizo, donde se demuestra en forma de burla que el único camino para llegar a la emoción es a través de la acción.
Me atrevo a preguntar, como observador perverso, a los coreógrafos y, al mismo tiempo, cuerpos danzantes Lali Ayguadé y Akira Yoshida: ¿Somos humanos?
II
¿Debajo de quién estamos?
La segunda pieza de la noche nos demuestra que no son ciegos los que no ven, sino los que caminan entre tinieblas. Tanteando los muros que delimitan el camino, caminando con pasos cortos y temblorosos. Son ciegos los que no saben qué suelo pisan, los que no saben cuál es su lugar.
Hasta que alguien enciende un vela e ilumina el sitio que por fin debemos ocupar.
Solo hay un sitio para cada uno, aunque nos impidan ocuparlo con todas las fuerzas. Pero nunca nadie derrotará nuestro instinto. El instinto de ocupar el único lugar donde podemos ser felices.
La pieza, que empieza con movimientos blandos y cilíndricos, luego es desarrollada y articulada con maestría por los dos cuerpos danzantes de Lali Ayguadé y Lisard Tranis. Entre ellos se acompañan desde lo corpóreo para después expresarse con palabras ininteligibles. Y surgen las preguntas:
¿Qué se dicen? ¿Qué bailan? ¿Quién está por debajo de quién?
FICHAS TÉCNICAS
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