Por Félix Ruiz Rodríguez y Salvador Medina Barahona
Por
allá, en un todavía cercano 2013, los bailarines urbanos Moisés
Moe, Diego Garrido, Adrián Vega, Luis A. Muñoz, Ugo Boulard y Pablo
Damián crearon y presentaron por primera vez en su natal España
Sinestesia,
una pieza coreográfica de danza contemporánea que representa un
mundo postapocalíptico donde un grupo de supervivientes inicia un
viaje hacia una zona segura, enfrentando adversidades; entre las que
prima su propia animalidad. La humana.
A
ocho años de su estreno, IRON SKULLS CO. volvió a darle vida a esta
obra en el escenario del Ateneo de Ciudad del Saber, en la capital
panameña, como parte de la agenda artística de PRISMA-Festival
Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, en su décima
versión. Sin embargo, desde aquel 2013, esta puesta en escena quizá
nunca había estado más cercana al acérrimo y arbitrario guion
paralelo de nuestra realidad.
Hoy por hoy, que hemos ‘sobrevivido’ a tanto, que las alarmas climáticas son más que evidentes, que los indicadores sobre las problemáticas sociales arrojan números nefastos, las señales, símbolos y sensaciones cruzadas (sinestesia) que podemos percibir a nuestro alrededor son harto tangibles. ¿Quizás porque el apocalipsis nos sobrepasó?
En
este sentido, algo en lo que coincidimos quienes hicimos auditorio
allí la noche del viernes 15 de octubre fue reconocer, en cuanto
llegamos a ocupar nuestros asientos, la atmósfera inducida de
contaminación ambiental, las nieblas de un mundo caótico y
agonizante, acaso su fragor radioactivo. Un remedo de lo que han
causado los usos y abusos del ser humano en nuestro planeta. En
escena, las máquinas de humo y el sonido de un eco cavernario lo
hicieron patente de modo inquietante.
Y es que, nada más hacer contacto con la ambientación del lugar, entendíamos que ahí había ocurrido un cataclismo y éramos ―con los danzantes en posterior convivencia y batalla― las partes del remanente de un final. Alegoría que no a pocos pudo llegar a perturbarnos.
Las máscaras de gas que usaban los bailarines, y que parcialmente homologaban las que forman parte de nuestros atuendos pandémicos de ahora, rompían de inmediato la cuarta pared, nos ponían en igualdad de condiciones con los intérpretes, quienes irrumpieron y se movilizaron varias veces en la oscuridad, entre el público, con linternas la primera de ellas, huyendo, buscando, reaccionando.
Dentro de la narrativa de este contexto sombrío, aflora con potencia inusitada la fisicalidad de los bailarines, quienes, con su fusión de géneros como el breakdance, el hip-hop, la danza contemporánea y la acrobacia, además de las influencias de varias disciplinas como las artes marciales, nos regalaron rutinas complejas y alucinantes, secuencias que desafiaban la física corporal convencional, torsos en planos inclinados y espirales, que surgían de giros sobre la cabeza.
La flexibilidad de los cuerpos ―para adaptarse a posturas, espacios y formas― nos hablaba de la investigación constante para rebasar los límites del movimiento en escena.
El desarrollo de la capacidad de sentirse en la oscuridad, pese a las máscaras que cubrían sus rostros, trajo a nosotros el recuerdo de aquellos peces que viven en las profundidades del océano, que sufren ceguera, pero que han evolucionado a nuevos mecanismos de supervivencia, a nuevas formas de sentir y vivir. Resistir.
FICHA TÉCNICA
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